Por DIEGO MÜLLER

segunda-feira, 9 de abril de 2012

Tambo...



...LA VIDA EN UN TAMBO
(Por Pieske Carlos Ernesto)

Voy a saltear algunas historias que publicaré más adelante, pues prometí que hoy iba a terminar de contar las tareas que insumía el manejo de un tambo, de los viejos, de los que se llamaban “a mano”.
Para ponerlos “en autos” (como dicen los abogados) debo decir que cuando nos tuvimos que mudar a la ciudad debido a una enfermedad que a mi abuela la postró hasta su final, se terminaron las vacaciones en el campo, pero la verdad es que yo extrañaba esa vida.
Así que un día pedí a mi madre que hablara con una familia, con la cual ella había cultivado una hermosa amistad, y que aún perdura en el tiempo, si yo podía pasar algunos días de mis vacaciones en el tambo que ellos trabajaban, por supuesto que la respuesta fue que sí. 
Muy distinto era el escenario y sus actividades a lo que yo estaba acostumbrado a ver, y además debían realizarse los 365 días del año, sin domingos o feriados.
A las grandes extensiones de campo de las estancias en las que había estado, siete u ocho mil hectáreas, las dimensiones de un tambo de aquel entonces no superaban las trescientas.
Además las actividades eran totalmente otras.
El corral donde se hace el tambo depende de la cantidad de vacas en ordeñe y generalmente, en un rincón hay un corral más pequeño, llamado “chiquero” donde se encierran los terneros en horas de la tardecita, a fin de que la vaca junte leche durante la noche. 
Muy temprano, cuando aún no ha amanecido, se debía ir a buscar las vacas para traerlas al corral, usando para esta tarea al “nochero”, llamado así a un caballo muy manso, dado que esa tarea está realizada por un chico, al que se denomina “boyero”.
Esta palabra viene de la época de las carretas, pues se llamaba así al chico que cuidaba los bueyes mientras estos descansaban y pastaban, no confundir con otro término usado en el ambiente rural: “marucho”, pues se le llama así a quien cuida los caballos.
Las madres generalmente no suelen alejarse mucho del chiquero ante el reiterado e insistente balar de los terneros llamándolas durante toda la noche y es esa primera tarea el de arrearlas hasta el corral, donde quedan mansamente rumeando.
Una vez encerradas, comienza la verdadera tarea.
Se largan dos o tres terneros los que desesperados de hambre van en busca de sus madres y el boyero también es el encargado de dejar la pareja preparada para que el tambero luego haga su trabajo.
Primero maneará la vaca en sus patas posteriores. Obligará al ternero a mamar de los cuatro pezones a fin de ablandarlos y haciendo que la leche baje a la ubre del animal. Luego con otra manea que se la pasará por el cogote del ternero, tirará a fin de atarlo a la mano derecha de la vaca, quedando de esta manera preparada para su ordeñe. Pero ¿qué es una manea? Se trata de una lonja de cuero crudo y sobado de unos dos centímetros de ancho y un poco más de un metro de largo. En uno de sus extremos se realiza un pequeño ojal paralelo a lo largo de la lonja, se pasa la punta del otro extremo por el ojal realizado poniendo un palito o previamente una argolla que una vez pasada toda la lonja queda aprisionado y firme.
El tambero, con su característica figura, gorra de vasco, medias de arpillera, zuecos de suela de madera y capellada de cuero generalmente fabricados por él mismo y con su tradicional banquito de una sola pata atado a su cintura, hará el final del trabajo extrayendo el blanco líquido que en chorros acompasados y espumosos llenarán poco a poco el balde metálico, que una vez lleno se vaciará en los conocidos tarros lecheros de dos manijas.

Desatada la pareja recién ordeñada se escuchará el grito de -¡Vaca!, solicitando un nuevo animal y la respuesta será algo por el estilo: “La Rosa, en la punta del corral”.
Para un neófito o recién llegado parece imposible poder reconocer, entre cincuenta o sesenta vacas con sus terneros, de la misma raza, del mismo color, todas blancas y negras, una madre y su respectivo hijo, sin embargo, con el tiempo se las comienza a diferenciar, cada mancha es como una impresión digital que las identifica.
La salida del sol hace que se apaguen los tradicionales faroles “Sol de Noche” con los que se había iniciado la tarea y ahora comienza a notarse una bruma que se levanta mezclada con los vapores propios de la actividad plena.
Faltando algunas vacas de ordeñar, alguien va a atar el carro y lo acerca al corral para cargar los tarros a fin de llevarlos llenos hasta la fábrica.
Las vacas se largan al potrero vecino y por un rato la actividad cesa para dar espacio a esos desayunos en los que no falta nada.
Una gran taza enlozada con un café con leche del que es imposible describir su aroma, galleta crocante, unas fetas de jamón crudo, manteca y por qué no, un par de huevos fritos.
Y esa tarea de boyero, la desempeñé durante muchas vacaciones escolares de invierno o verano y la verdad es que estoy sumamente orgulloso de ello, pues sentía que de alguna manera pagaba la hospitalidad que la familia me brindaba.
Con los años y recordando estas vivencias tan apreciadas, escribí estas décimas dedicadas al trabajo del “BOYERITO DE TAMBO”, que el amigo chileno Antonio Valdés tuvo la gentileza de grabarlo con su voz y que quiero compartir con ustedes:

Las tres de la madrugada,
fría mañana de mayo,
y el boyerito a caballo
ha comenza’o su jornada.
Blanquea todo la helada,
pero es guapo y no se queja,
la gorra hasta las orejas,
un ponchito remendado
y para el campo ha rumbeado
en su yegua mansa y vieja.

Es su trabajo primero
encerrar a las lecheras
que en fila por la tranquera
se acercan hasta el “chiquero”,
allí balan los terneros
toda la noche encerrados,
y en cuantito se ha bajado,
las maneas acomoda, 
y como están duras todas
las soba en el alambrado.

Ahora le toca apoyar,
ya unas vacas ha maneado,
y los “guachos” que ha largado
van sus madres a buscar.
Un rato los va a dejar
que chupen bien los mamones,
ablandando los pezones,
y enseguida va y los ata
a la mano de la vaca
quedando allí a los tirones.

Y ya la gente tambera
Se acerca pa’ la ordeñada,
la gorra bien encajada;
medias hechas de arpillera,
zuecos de suela y madera
en lugar de la alpargata,
balde abollado de lata
y colgando a la cintura
el blasón de esta cultura
que es el banco de una pata.

El sol que viene asomando,
pinta naranjas y rosas; 
la leche fluye espumosa
mientras la van ordeñando
y cuando están terminando,
el chico corre al galpón,
ya se trae de un tirón
los yuguillos, las pecheras
y las riendas y anteojeras
que deja en el carretón.

Dos pecheros trae un peón
que enseguida ata al carro 
y así cargado de tarros
se va para la estación.
El chico cierra el galpón;
es cerca del mediodía;
y rebosando alegría
va a la cocina, contento.
Hoy... se ganó su sustento,
mañana será otro día.

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" Menino, eu não pelecho nem na primavera!!!
DOM MULATO

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